Vine a Australia y me enamoré.
No las tenía todas conmigo antes de venir… ¿Cómo voy a dejar mi vida de siempre para irme a estudiar inglés inglés a la otra punta del mundo?
“Vete a Inglaterra si quieres hijo, que yo te lo pago”, me decía mi padre. Pero no, no fue así, tomé determinación, ahorré durante unos meses y me planté en Sydney después del vuelo más largo y complicado de mi vida.
Los comienzos son difíciles, dicen. No fue así para mí. Empecé a enamorarme de este país desde el día que cogí el metro desde el aeropuerto hasta el hostal Adi’s Place Backpackers.
Me enamoré de vivir despreocupado de qué voy a hacer mañana.
Me enamoré de vivir sabiendo que cada día es diferente, y que la rutina no es una opción.
Me enamoré de las amistades fugaces, pero intensas.
Y de las verdaderas, las que durarán para toda la vida.
Me enamoré de la música en la calle.
Me enamoré del sol. Y de la playa todos los días del año.
Me enamoré de una mujer. Y de haber aprovechado cada minuto con ella.
Me enamoré de viajar. De los roadtrips. De perderme con mi furgoneta por la inmensidad de este país.
Me enamoré del “No Worries Mate” y de la facilidad de tratar con cualquier persona.
Me enamoré de ver cómo mi inglés pasaba de “It’s all right” a “Wow, I thought you were Aussie too”.
Me enamoré de viajar a los países vecinos.
Me enamoré de trabajar para vivir, y no vivir para trabajar.
En definitiva, me enamoré de Australia y de todo lo que la rodea.
Ha sido una experiencia verdaderamente inolvidable.
Firmado,
Un viajero enamorado